No existe separación entre mi cuerpo y su fuente de energía, entre Dios y yo. Ahora invoco la vitalidad innata y divina que se expresa por medio de mí. Siento una energía titilante que despierta de las células en mi cuerpo y vivifica mi mente. Soy renovado, restaurado y sanado gracias a la vida divina. Este sentimiento de euforia está disponible para mí en cualquier momento, porque la vitalidad de Dios nunca se cansa. Puedo parar en cualquier momento para sentir el ritmo de la vida en el latir de mi corazón y recordar que soy naturalmente sano. Tengo los elementos vitales de la vida, los necesarios para el mejoramiento humano así como también los atributos que llevo como imagen de Dios. Soy salud gozosa, paz perfecta y vida divina en expresión.
Texto devocional: La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz.—Mateo 6:22
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