Los vientos huracanados de una tormenta pueden ser perturbadores cuando las ramas de los árboles se parten y caen o la electricidad falla. Si siento que una tormenta se acerca a mi vida, determino tomar medidas para conservar mi bienestar. Hago una pausa y fijo mi atención en la luz de Dios en mí. Coloco mi mano sobre el corazón y recuerdo que mi alma no puede realmente ser perturbada por acontecimientos externos. Acudo a mi santuario interno, me aquieto y siento gratitud por el sentimiento de paz que fluye por todo mi ser. Mi serenidad es renovada y restaurada, apoyándome según me preparo para la actividad del día. Este sentimiento de paz crece en mi corazón y se expresa de manera natural en todo lo que pienso, digo y hago.
Texto devocional: La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da.—Juan 14:27
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