Cada vez que cuestione lo que debo hacer, cada vez que busque el consejo de alguien, me detengo, me dirijo a mi interior y me conecto con la guía divina: el Cristo. El Cristo es la luz divina en mí. Dicha luz me guía todo el tiempo. Al irradiarla, veo a los demás como los seres divinos que son. Utilizo mi cualidad divina de la comprensión para tomar decisiones sabias y cabales. Al expresar mi luz interna y vincularme con el amor divino, vivo partiendo de un lugar de verdadera sabiduría. La luz y el amor me guían, alentándome a ser considerado y compasivo. Hablo desde un lugar de pura paz. Mis acciones promueven la bondad, crean un lugar saludable y seguro y hacen que el bien prospere. La presencia crística en mí guía todo lo que hago.
Texto devocional: MT.5.16
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