Si mis pensamientos están confusos, sé que es hora de dirigirme a mi interior y buscar la claridad de la presencia divina. En el silencio, las nubes desaparecen y mi mente se esclarece. Mi visión es precisa. Cuando mi mente y corazón están centrados en Dios, los asuntos externos no me distraen. Sé que siempre soy guiado de manera divina. Confiar en esta verdad me ayuda a tener presente que mi vida está en perfecto orden. Pienso, actúo y hablo con claridad. Paso tiempo cada día en oración y meditación, haciendo pausas para realinear mi mente. Como ser espiritual, no existe nada que pueda perturbar la paz de mi alma. Doy gracias porque mis pensamientos, palabras y acciones son guiados por el Espíritu divino.
Texto devocional: De mis labios brotará sabiduría; de mi corazón, sagaces reflexiones.—Salmo 49:3
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